
Los cobardes, esos sujetos que quedan delante
del resto porque el resto dio un paso atrás son los que deben asumir algunas
responsabilidades, entre ellas comunicar malas noticias tales como: reducción
de sueldo, el fin de un noviazgo, el aumento del alquiler, una enfermedad
terminal o la visita de la suegra durante el fin de semana.
Los cobardes tienen dificultades para
expresarse, no porque sean gangosos o tartamudos, simplemente les cuesta
hablar, buscar las palabras apropiadas para ocasión…. se nublan y quedan mudos.
Cuando un rayo de sol asoma en su cielo gris y las cuerdas vocales se mueven abriéndoles
la boca no les queda más remedio que afrontar la realidad y comunicarles a su
amada que el amor se acabo y con él la pareja.
El protagonista de esta crónica no es otro que Ricardo
Arturo Chiclioti, Ricky para sus amigos o cronistas confianzudos.
Ricky, corredor de bolsa y cobarde de profesión,
no tuvo más alternativas que escuchar a aquellos que lo llamaban por su apodo
quienes hace diez meses le venían diciendo que su novia Andrea Fernández lo engañaba con el vigilante
del barrio, un hombre muy mayor y que fueron muchas las noches de invierno
donde empañaban el vidrio de la garita a pura pasión.
El muchacho creía que para dejar a su novia
antes de anunciarle su decisión tendría que dorarle
la píldora y eso fue lo que hizo. La invito a cenar el martes pero ella no
podía, alego que iría a una marcha contra la inseguridad en González Catan
(Buenos Aires, Argentina) pero que el miércoles si podrían verte. Así fue como
Ricky suspendió su taller de flauta traversa de los miércoles y se encontraron
en un distinguido restaurante de comida ligera decorado con caricaturas de ídolos
populares argentinos y donde Andrea decía sentirse reflejada no por los ídolos
sino por lo ligera.
La media hora que tardaron en prepararles dos
hamburguesas con todo lo que entra en dos panes, Ricky le hablo de lo feliz que
se sentía con estos once meses de noviazgo, de lo linda que estaba Andrea esa
noche, de los buenos precios del local gastronomico y volvió hablar del
noviazgo ante la demorada llegada de la comida. Andrea un tanto colorada por
los elogios de su novio y otro tanto porque estaba cerca del fuego de la
parilla, no pudo más que pedir otra cerveza para hacer más llevadera la espera y
contarle que de todas las caricaturas del lugar la que más le gustaba era la
del “Ancho” Rubén Peucelle.
Cuando las hamburguesas y papas fritas eran
migas sobre las bandejas Ricardo por fin se lleno de coraje y le dijo a su
novia que desde ese momento sería su ex novia. Ella se rió, lo cual suele
suceder después de cuatro cervezas, pero no fue solo el alcohol la que le hizo
mostrar los dientes sino la decisión de Ricardo y las vueltas que dio hasta
decírselo. Cuando silenció su carcajada lo miró a los ojos, llorosos los de él
y le dijo que no hacia falta que le dore
la píldora antes de decírselo, que era muy vueltero y cobarde.
Ricky se seco las lágrimas, pidió la cuenta y
se fue con la cabeza gacha chocando mesas y sillas… ella desde la barra,
mientras pedía una cerveza le grito que ella adoraba la píldora que tomaba el
vigilador del barrio.
Ustedes, pacientes lectores que esperaron tanto
tiempo para que volvamos a publicar en esta página se preguntaran ¿Qué hicimos
todo este tiempo?, ¿Para qué volvimos? y ¿Cuál fue el origen de la frase que
nos trae de vuelta?
Hay una versión que dice que dorar la píldora tiene que ver con
aquella lejana época donde los boticarios o farmacéuticos prepararan los
medicamentos antes de la llegada de los laboratorios. Estos medicamentos tenían
un sabor horrendo y la gente prefería morirse antes que tomarlos, entonces fue
que sucedió…
Doña Herminia Luján Carrasco Trivelo, farmacéutica,
ama de casa y solterona de oficio estaba preparando con una mano comprimidos
para combatir el parkinson y con la otra mano haciendo un caramelo para su
flan.
A Herminia le tembló la mano siniestra y los
comprimidos cayeron a la flanera. Maldiciendo en el único idioma que sabía se acordó
de los dioses que ella creía que la habían abandonado y con una cuchara de
madera pescó los comprimidos de entre el caramelo. Se le ocurrió automedicarse
en ese momento de gula y descubrió que los medicamentos no tenían aquel
repugnante sabor y que estudiando un poco el asunto la granadina y los jarabes
para la tos serían la misma porquería.
Carrasco
Trivelo fue la primera en dorar la píldora, quien salvo la industria del
medicamento y la primera mujer del viejo Bayer.
1 comentario:
Buenísimo!! Las historias son muy graciosas y no por eso menos encantadoras. Lo mejor de todo: están muy bien escritas!
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