Se le está acabando la cuerda


Muchos lectores habrán oído alguna vez pronosticar a Fulano “Che, a Mengano se le está acabando la cuerda”, refiriéndose con sarcasmo al "poco hilo que le queda en el carretel" al pobre Mengano.
A quienes no conozcan el significado de ninguna de ambas frases, deseo aclararles, en primer lugar, que nuestro amigo Mengano no es relojero ni sastre, más bien está al borde del desastre, conforme nos deja entender Fulano.
Por lo tanto, cuando oyen a alguien decir que a otro se le está acabando la cuerda, deben saber que ese alguien se está refiriendo al poco tiempo de vida que le queda al otro. Una expresión que no debiera ser utilizada en los salones y reuniones formales, por cierto. En esos casos, podemos quedar muy bien con la o el futur@ viud@, diciendo simplemente que su cónyuge “se está apagando” (los más iluminados suelen agregar “como una vela”). Tampoco debiéramos utilizar la otra expresión que dice “Mengano está más cerca del arpa que de la guitarra”, a menos que nos encontremos entre músicos (o en su defecto, acompañados por alguno de los integrantes del grupo Les Luthiers, entre otros luthiers).
Dejando de lado los sarcasmos e ironías relacionados con los momentos agónicos de los Menganos de este mundo, me ocuparé del origen de la locución que da título a este post.
Sabrán aquellos que tienen, como yo, padre relojero, al igual que los que conocen de relojes viejos que, originalmente, estos aparatos que dan la hora, con excepción de los relojes de sol y de arena, funcionaban impulsados mecánicamente, gracias a un sistema de movimiento continuo, aunque finito, provocado por el accionar de unos pesos que obraban por Ley de gravedad (Newton dixit).
En una etapa posterior del desarrollo del reloj, los pesos fueron reemplazados por una cinta de acero templado enrollada en forma de espiral sobre un eje central, que se llamó cuerda (en contradicción con lo acintada de su morfología). Esta espiral de acero templado, al ser ceñida sobre sí misma mediante un movimiento circular impuesto manualmente y asistido por un mecanismo de ruedas dentadas que hacían menos ardua la tarea de ceñirla al máximo exponente, acumulaba una tensión elástica que, gracias a otro mecanismo de ruedas igualmente dentadas, era liberada en cómodas cuotas para que toda la maquinaria del reloj se mantuviera en movimiento y no se detuviera el tiempo, lo cual hubiese sido catastrófico para muchos que hoy gustan de los últimos gritos de la modernidad.
Cuando la cuerda terminaba de desenrollarse y la fuerza de su elasticidad ya no podía oponerse a la resistencia inercial del resto de los componentes de la máquina del tiempo, la mano del hombre debía enrollarla nuevamente, proceso conocido como dar cuerda al reloj (como si no le fuera suficiente con una). Algún distraído, tomó esta frase por el lado literal y se dedicó a ofrendar a sus relojes ya inertes con cuerdas de todo tipo de material, pero, ante la quietud de los mismos y para poder mantenerse informado de la hora, tuvo que inventar las radiotransmisiones, las cuales, según sucesivos cortos noticiosos y sistemas de beeps rítmicos, le permitían saber cuando prender el sol y apagar la luna, y viceversa. Los que fueron más lúcidos, simplemente accionaban el mecanismo que daba cuerda al reloj y disfrutaban de su tic-tac inacabable, hasta que los relojes japoneses a pila vieron la luz de este mundo y se acabaron las cuerdas. Consecuentemente, los humanos de hoy en día funcionamos a pila. Entonces, cuando estamos por morir, otros dicen que se nos está acabando (o agotando) la pila. Esto es lo maravilloso de las frases, cambian según la evolución de las especies (Darwin dixit).
Diré, por último, que la relación entre la cuerda del reloj y el tiempo de vida de una persona ha sido, a mi entender, un resultado casi inevitable en un mundo que no termina de agotar los medios para considerar a un ser humano como una máquina, gobernada por las mismas leyes que la materia muerta. En lo personal, me quedo con la que compara el arpa con la guitarra, por tener implícito al espíritu, aunque cada finado se reserve el derecho de tocar en el Más Allá el instrumento que desee o, en su defecto, no tocar ninguno. De no ser así y de tener que elegir todos el arpa, nuestra especie seguirá prefiriendo la inmortalidad del cuerpo y en vez de cuerdas o pilas, veremos a nuestros congéneres con paneles de energía solar o relojes de sol como sombreros.
Salut!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno