La locución alude a la estancia del condenado a muerte en cualquier pieza de la cárcel habilitada como capilla, desde que se le notifica la sentencia hasta su ejecución. Alude asimismo a quien espera el éxito de una pretensión o negocio de importancia.
Proviene de una tradición de la antigua Universidad de Salamanca, en la que los doctorandos, el día antes de defender su tesis ante el tribunal, debían encerrarse durante un día entero en la capilla de Santa Bárbara de la vieja catedral salmantina para pedir la iluminación al Espíritu Santo. Allí debían prepararse en completa soledad, pues incluso la comida les era pasada por un pequeño ventanuco. En dicha capilla están los escaños de los profesores. En la cabecera de una tumba de mármol, con la figura yacente del obispo Juan Lucero en relieve, está la silla del doctorando. Es tradición, que para inspirarse, los estudiantes apoyaban sus pies en los de la estatua y así pasaban la noche meditando. Hoy día los pies de la figura yacente están desgastados por los de los centenares de estudiantes que así buscaron su inspiración. Finalmente entraba el tribunal examinador ante el que se debía mantener la tesis, resistiendo sus trincas o preguntas. Si el doctorando aprobaba, era sacado por la puerta principal de la capilla, de ahí la procedencia de otra locución, “salir por la puerta grande”, de donde la tomó la jerga taurina como apoteosis del triunfo. Si el doctorando suspendía, debía salir por una puerta pequeña que daba a la calle de los carros, de ahí el origen de una nueva locución, “salir por la puerta de los carros”, como sinónimo de fracasar. Tras ser sacado en hombros por sus amigos, al doctorando exitoso se le imponían el víctor, las ropas y el nombre de doctor, tras lo cual debía invitar al tribunal y al bedel a una comida. Como remate, ponían en los muros de la catedral un víctor con letras rojas y el nombre del nuevo doctor en negro. Aunque es opinión que esta antigua tradición universitaria es el origen del dicho "estar en capilla", hay autores que afirman que bien pudo ser el hecho de que Felipe II ordenó que todos los reos condenados a muerte debían pasar la noche anterior en una capilla, desde donde, tras confesar, oír misa y comulgar, se encaminaban a su ejecución y que nadie debía ser ejecutado sin cumplir la orden de pasar la noche antes orando en la capilla.
Fuente: Carlos Rivera
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